Escenarios del poder en la supervisión
La formación psicoanalítica, ese imposible de circunscribir, no es sin la pertenencia institucional. Sabemos que hacerse analista implica un riguroso y sobre todo responsable y comprometido pasaje por el trípode, que pone en jaque la subjetividad de aquel que lo transita. Las múltiples transferencias se despliegan en un escenario en el cual la diversidad de saberes en las instituciones pluralistas, como la que nos alberga, hace a la riqueza del psicoanálisis. Ahora bien, en la supervisión así como en el análisis, las transferencias que se van sucediendo en el proceso de formación analítica, se interfieren y compiten inevitablemente.
¿Cómo opera su poder en los diferentes dispositivos del trípode, en tanto las inherentes y necesarias posiciones asimétricas, ofrecen oportunidades de desvíos?
Lacan, preocupado por la formación de los analistas, investigó las cuestiones del poder en la Dirección de la cura, preocupado porque, la ausencia de argumentación con respecto sus principios, suele favorecer que se decidan aspectos relativos a la técnica a partir de un criterio dogmático. Sea este ejercido por un analista, supervisor, maestro o Institución.
Curioso juego de lazos sociales bajo el mismo techo institucional, en el cual la red de transferencias devela y oculta al mismo tiempo, juegos de poder.
Análisis de control o supervisión, son significantes que no eluden nombrar una cuestión que hace al poder en tanto implica la búsqueda y el ejercicio de un saber en transferencia a un Otro. Es necesario dilucidar en cada caso cómo opera ese poder que puede tanto obstaculizar como facilitar una adecuada posición analítica.
Lacan afirmaba: “…la propia experiencia debe estar orientada pues sino se extravía”.[1] El trípode da herramientas para tal orientación y a la hora de descubrir escollos, la supervisión y el análisis personal, son la vía regia.
Ahora bien, a la encrucijada de la supervisión se puede arribar desde el sometimiento y la sumisión idealizada a los dichos del supervisor. O, en el extremo opuesto, desde la autonomía extrema que implica quedarse en un autoanálisis o auto-supervisión, si se me permite el término, narcisista y estéril. Comprobamos así la presencia de la omnipotencia ejercida por unos y otros.
En nuestro caso, la supervisión está institucionalizada, no hay lugar a opción, por lo tanto el desafío es sortear el peligro de su burocratización. Que las resistencias inherentes a su puesta en marcha puedan ser transformadas en gusto por el descubrimiento.
Aún en los casos en los cuales el supervisor hace una adecuada abstinencia del poder, y desea realizar una transmisión de saber, si su figura está idealizada, si la pasión transferencial, imaginaria, es excesiva, el supervisando puede otorgar al supervisor poderes casi mágicos. Ilusión de que el Otro puede, sabe y da amparo. De esta forma, superyó mediante, el sometimiento puede transformarse en el mayor obstáculo para desplegar la capacidad de escucha. Estos intensos lazos transferenciales interfieren los más horizontales vínculos societarios y amistosos. No olvidemos que en las Instituciones se juegan cuestiones de prestigio entre colegas y el premio suelen ser las derivaciones de pacientes.
Ahora bien, ¿Tiene poder el supervisado?
A simple vista parece ser que solo tiene el humilde poder de demandar y recibir. Sin embargo el supervisado porta el poder de erigir con su elección al supervisor e interpelarlo en su función y más oscuramente tiene el poder de abandonarlo y o develar los secretos de su práctica, en el contexto en el cual la institución psicoanalítica funciona como un panóptico. Además es preciso subrayar cómo, cuando en las asociaciones se les da lugar, los analistas en formación son los que no se quedan reducidos a presentar materiales clínicos, tarea poco frecuente entre los “mayores”. Los analistas en formación, suelen ser los que traen los cuestionamientos más novedosos y creativos, como se dio este año en el marco de OCAL.
Por su lado, los supervisores aprueban, premian, habilitan, o no, en un ejercicio más vertical del poder, los supervisados en un ejercicio más horizontal, pueden favorecer o impedir las posibles transferencias al supervisor.
Comprobamos así la presencia de la omnipotencia que puede ser ejercida por unos y otros. Guy Le Gaufey ha estudiado extensamente este fenómeno en la constitución de la figura del gran Otro, dice así: “la omnipotencia tiene, ahora y siempre, un brillante futuro.” [2] Freud, señala un camino para entender este fenómeno en sus orígenes. En El Porvenir de una Ilusión, hace referencia al desamparo estructural y ubica la posición religiosa como la necesidad de constituir un gran Otro que de amparo, al cual se le atribuye una ilusoria omnipotencia.
Desamparo que podemos reconocer como constitutivo de la posición del analista.
Y aquí los riesgos a los que estamos expuestos unos y otros en el afán de “resolver” ese insoportable desamparo. Así como los analistas en formación suelen ampararse en la garantía que dan los maestros y supervisores, formando grupos endogámicos, los “analistas confirmados” suelen ampararse en reglas institucionales y saberes dogmáticos, transmitidas como incuestionables promoviendo así sumisiones y saberes acríticos. Así circula la omnipotencia entre unos y otros.
¿Será posible una transmisión de saber que se aleje de las tentaciones del poder y tome en cuenta la dimensión de imposible y el riesgo de perpetuar los saberes instituidos?
El supervisor en posición y posesión del saber, enseña un saber hacer al supervisando, pero las resonancias de su intervención pueden ir en dos direcciones: a favor de cierto ordenamiento y esclarecimiento de la dirección de la cura y hasta del análisis del supervisando, o puede comandar la cura, ocupando una posición de evaluación. También es necesario considerar que la intervención del supervisor varía si su posición es de garante de la norma institucional o si su orientación va en dirección de promover el discurso analítico. Es decir, si el cumplimiento de la norma se antepone o se propicia llegar a una adecuada posición analítica.
La palabra enunciada y escuchada en una posición ética que no hace gala del poder, posibilita la investigación acerca del paciente y podrá ir dando herramientas al supervisando para ir creando su propia forma de intervención. El saber hacer de la dramaturgia de la supervisión, qué decir y cómo decirlo, es responsabilidad del supervisor, atento y advertido de que su voz es una voz autorizada que puede trabajar en favor de la idealización o aspirar a que el candidato llegue a tener una posición clínica y crítica. En el analista en formación, la vía de acceso a una palabra propia, implica el acotamiento de la pasión por esperar del Otro el complemento que colme su falta en ser.
No olvidemos que el supervisor, como el analista, son testaferros de un saber supuesto y operativo, porque promueve el trabajo en transferencia, pero ese saber, no debe superar el tan productivo no saber “que pone a la par al veterano curtido como al novicio, y, por consiguiente, tanto al analista que controla como al controlador.[3]”
Sin embargo, en la transmisión de una generación a otra, observamos que se repiten dos características: en las presentaciones clínicas, los supervisandos no incluyen las supervisiones. Se apropian del saber del supervisor, silenciando sus intervenciones, como si tal práctica pudiera quitarles mérito. Los supervisores, por su lado, no dan cuenta de su práctica como tales, no hay relatos de sus inquietudes e incertidumbres que podrían dar lugar a derribar espejismos. También podemos preguntarnos hasta dónde la institución da lugar a la incertidumbre e interrogación tanto de los que ocupan el poder como de aquellos que están formándose. Recuperar la dimensión de angustia como afecto que no engaña frente a las cómodas certidumbres sería una buena orientación. Los institutos de enseñanza no pueden garantizar la transmisión de la experiencia del Inconsciente, pero deberían buscar las condiciones más idóneas para su producción.
En la formación en los institutos de IPA, no sólo se exige que se supervise, sino también que se dé cuenta de la experiencia, a través de informes escritos que testimonian el pasaje por la supervisión. Sin embargo, poco conocemos del trabajo del supervisor, de su posición clínica en ese dispositivo particular en el cual su escucha se dirige al paciente del supervisando así como a los escollos en la escucha de quien conduce la cura. Poco sabemos, de cómo llegó a ocupar su lugar de supervisor, cómo se fue habilitando, cómo es su forma de intervención, la razón de sus impases, sus inquietudes e incertidumbres…
Para que estas cuestiones se clarifiquen, y pueda realizarse una transmisión en y de las supervisiones que trascienda el ámbito privado, los testimonios de los supervisores serían una buena herramienta que permitiría investigar sus múltiples y complejas aristas.
En la actualidad comprobamos que en el escenario de la cibersupervisión, el dispositivo on line nos ha permitido derribar muros y acercar distancias con resultados muy prometedores. ¿Qué piensan Uds.?
Cecilia Lauriña
Referencias bibliográficas:
Lauriña Cecilia: La supervisión psicoanalítica y los principios de su poder. (en prensa)
Le Gaufey Guy: Una arqueología de la omnipotencia ¿De dónde viene el Otro barrado?
Safouan Mousthafa: Malestar en el Psicoanálisis. El tercero y el análisis de control.
Palabras claves: Formación Psicoanalítica- Supervisión- Poder -Transferencias -Institución
[1] Lacan J. Seminario de la angustia. (P. 264)
[2] Le Gaufey G. Una arqueología de la omnipotencia ¿De dónde viene el Otro barrado? ( P. 136)
[3] Safouan M. Malestar en el Psicoanálisis. (P. 64)