La escritora francesa Christine Angot en “Un amor imposible” (2017) nos relata cómo se entrecruzan tres historias, tres vidas, tres personajes movidos por pasiones destructoras.
Retoma la narración de la relación incestuosa a la que se vio forzada por su padre desde la adolescencia, escrita previamente, aunque desde ángulos distintos al de esta novela, en “El incesto”(1999) y “Una semana de vacaciones” (2012). Estos dos relatos, sin llegar a ser el prólogo de “Un amor imposible”, forman parte de una trama autoficcional en la que la autora perfila su propia biografía marcada por el incesto a partir de sus años adolescentes.
En esta historia centra el relato en la relación entre su madre, Rachel Schwartz y su padre, Pierre Angot.
Están muy presentes la dominación masculina y la diferencia de clases sociales.
A finales de los años cincuenta se conocen Pierre Angot que pertenece a la alta burguesía católica y Rachel Schwartz que es una mujer soltera, de clase baja y de padre judío, al que dejó de ver por el antisemitismo de esos tiempos, desde los cuatro hasta los diecisiete años de edad.
Pierre no le miente a Rachel, él jamás se casará con ella y no la presentará a su familia.
La joven, profundamente enamorada, acepta esas vejatorias condiciones y de esa relación nace Christine, que el padre no reconoce ni le da el apellido hasta que la adolescente alcanza los catorce años. La reconoce por gran insistencia de la madre para conseguirlo.
Pierre ya está casado con una mujer rica y se acerca a la hija y la invita a pasar fines de semana con él. En esos encuentros la fuerza a mantener una relación sexual incestuosa.
En “Un amor imposible” la escritora nos habla de la relación entre Rachel y Pierre, sus padres, pero pone el acento, especialmente en la historia entre la madre y la hija.
La relación de los padres de Christine está marcada por la diferencia de clases, diferencia que Pierre Angot verbaliza, sin complejos, con estas palabras: “Si fueras rica, seguramente me lo habría pensado” le dice a la cara a Rachel Schwartz.
Ella tendrá que enfrentarse sola al parto, a la crianza y a la inscripción de la hija “de padre desconocido”
El eje y núcleo central de la novela es la complicada y a la vez amorosa y tierna relación entre una madre soltera y una hija no reconocida por el padre durante su infancia y temprana adolescencia. El reencuentro de la hija con Pierre, el padre, se produce cuando Christine cumple los catorce años. Pierre, que ha formado otra familia, la reconoce finalmente y le da su apellido. Pasan fines de semana juntos y en esos encuentros se produce algo que la hija oculta a su madre y que le será revelado por el primer novio de Christine: la sodomización de la hija. Un secreto desgarrador que dejó a Rachel desesperada y muy enferma.
La relación entre la hija y su madre se tornará imposible, ya que Christine la culpabiliza por no haberse cuestionado nunca nada, por no haber reflexionado sobre su propia responsabilidad y que transforma la relación madre-hija en otro amor imposible, a pesar de lo mucho que se quieren.
La novela, especialmente en las páginas finales, explora y ahonda en la lógica de la dominación. En las categorías separadas e irreconciliables del hombre que considera que, por naturaleza, le corresponde estar en lo más alto en una relación, frente a la mujer que está destinada a permanecer en lo más bajo. El hecho de tener un hijo con esta mujer pobre y judía hace más interesante y excitante para el dominador esa relación: “Voy a tener un hijo con ella, pero en lugar de auparla, la hundiré”. Mundos e identidades separadas. Un rechazo que llega al extremo de violar repetidamente a la hija porque la prohibición fundamental de que el padre tenga relaciones sexuales con sus hijos, a él no le afectaba, por ser de una clase social superior. Y eso era la distinción suprema. Así pues, también la vulneración de la norma forma parte del rechazo identitario, de la infravaloración definitiva.
Otro tema que está presente en la novela de forma reiterada, además del amor imposible entre el trío de protagonistas, es el de las esperas y las despedidas. “Siempre era igual, una llegada, una partida.”
Pierre permanecía unas pocas horas y volvía varios años después. Un permanente adiós de Pierre Angot, disfrazado por una relación epistolar que en el fondo se transforma en las ligaduras con las que el burgués que vive en París somete a la judía Rachel de una pequeña ciudad y le obliga a sostener una relación de acuerdo con sus propios intereses egoístas.
Esperas y despedidas perfectamente ilustradas en la imagen de la portada del libro.
La realidad, la propia biografía, es la materia prima que sustenta la ficción. La autora habla de su vida y de sus traumas solamente en términos literarios y resulta arriesgado dilucidar lo que hay de verdad y lo que hay de fabulación en la novela. “El espacio real y el espacio ficcional, aclara Christine Angot, están separados completamente, pero el segundo nos permite ver y oír al primero”.
El desgarro con el que escribe la narradora señala en buena medida la tonalidad de la novela, en especial cuando relata la relación de dominio y desprecio de su padre hacia su madre.
Podemos reconocer que la relación de abuso fue primero del padre con la madre, ya que Raquel aceptó el maltrato de Pierre y todas sus condiciones y consecuencias sin cortar nunca el lazo de unión con él.
Sólo pudo romper ese vínculo después de conocer la historia del incesto.
El abuso de la hija fue la continuación del abuso, vejaciones y descalificación aceptadas por Raquel, la madre, durante tantos años, por la idealización de una pasión destructiva, idealización que fue transmitida a su hija, que no pudo rechazar y defenderse del abuso del padre porque temía dejar de verlo si se negaba a sus requerimientos sexuales.
Fragmentos de la novela
“Si quisieras casarte, que lo entiendo, para una mujer es importante,
yo no pondría objeciones.
-¿Con otro hombre, quieres decir?
-Ah, eso sí. Ya te lo he dicho, conmigo es imposible. Para nosotros no cambiaría nada. Nos veríamos tanto como quisieras.
-¿No estarías celoso?
-No.
Entonces se puso a darle cachetes en las puntas de los senos, como distraído. Le dijo que se concentrara, y que gozase así. Ella hundió la cabeza en la almohada con los ojos cerrados. Después levantó la nuca, rígida. Lanzó un suspiro, la cabeza le pesó de nuevo. Permaneció tendida unos segundos. Acto seguido se sentó en la cama. Y le agarró el sexo con la mano.
-¿Has tenido muchos amantes?
-No. Sólo uno antes de ti. Pero tuve novio. Cuando era muy joven.”
…..
“Vino a vernos un día. Paseamos. Ella estaba contenta. Y triste en el momento de la partida. Toda partida era siempre la partida. La partida con P mayúscula. La de su padre en el andén de la estación de Châteauroux. Ella tiene cuatro años. Las puertas de los vagones todavía no se cierran automáticamente . Un viajero puede quedarse en el resquicio. Ella está en el andén. Mira la silueta en la puerta abierta. La mano se agita. El tren se pone en movimiento. Luego se aleja, con la silueta que desaparece. Y después nada más durante trece años. Entonces, otra vez la silueta en el mismo andén. Ella tenía diecisiete años. Él se apeó del tren, la tomó en sus brazos. Y soltó un sollozo al estrecharla.
-¿Quién es este hombre que solloza al abrazarme?
Por supuesto, sabía muy bien quién era.”
…..
“Ella estaba feliz de haberlo visto. Triste por verlo marchar. Siempre era igual, una llegada, una partida. No había nada estable. Nos quedamos plantadas detrás del coche que arrancaba, ella lloraba en silencio. Alargué la mano hacia ella. Y le apreté la muñeca.”
…..
“Se trataba de la negación automática. Cambio de punto de vista. En su caso, la prohibición fundamental ya no es la de relaciones sexuales entre ascendientes y descendientes, sino la del matrimonio desigual. De ese modo siempre estarías tú por un lado y él por otro. Dado que eso era lo que había que preservar a toda costa, para ellos constituía la regla fundamental. Él en su mundo superior. Y tú en tu mundo inferior. Con el añadido, en tu caso, en ese mundo inferior, y con el fin de infravalorarte todavía un poco más, de hacerte caer en los más bajos fondos, pues eso, para rematar, tu hija violada por su padre, y tú la madre que no ve nada, la imbécil, la gilipollas, la idiota, incluso la cómplice, vete a saber. Aún bajas unos grados más en la escala de la respetabilidad, de hecho, ya no se puede llegar más abajo. No hay nada más debajo de eso. Estoy segura de que fue así, mamá.”