Lic. María Laura González y Lic. Miriam Adriana Santibáñez
A partir de la discusión de un material clínico que pone en tensión las ideas de la RTN como empeoramiento de los síntomas y como interrupción del tratamiento -concepción generalizada en nuestro ámbito, pero que Freud no sugiere-, surge este trabajo, relacionado con la destructividad y articulado con el concepto de ‘lazos’.
En la actualidad, algunas patologías observadas en el consultorio, llevan a pensar que, por sus características autodestructivas, favorecen la manifestación de la RTN, poniendo en jaque al lazo terapéutico.
La ‘reacción terapéutica negativa’ es un fenómeno que Freud describe como hallazgo clínico en algunos análisis; un tipo de resistencia -del superyó- singularmente difícil de vencer, que se halla en los límites de lo analizable. Pensamos que se presenta como ‘acto’ en la escena de la transferencia, como una de las manifestaciones clínicas de la destructividad.
La primera observación que Freud hace de este fenómeno se halla en el historial de Hombre de los Lobos, de 1914, donde la menciona como una “reacción negativa pasajera”.
Sin embargo, la descripción más detallada, luego de introducir en su obra el concepto de pulsión de muerte, aparece en el capítulo V de El yo y el Ello donde dice:
“Hay personas que se comportan de manera extrañísima en el trabajo analítico. Si uno les da esperanza y les muestra contento por la marcha del tratamiento, parecen insatisfechas y por regla general su estado empeora. Al comienzo, se lo atribuye a desafío, y al empeño por demostrar su superioridad sobre el médico. Pero después, se llega a una concepción más profunda y justa. Uno termina por convencerse no sólo de que estas personas no soportan elogio ni reconocimiento alguno, sino que reaccionan de manera trastornada frente a los progresos de la cura. Toda solución parcial, cuya consecuencia debiera ser una mejoría o una suspensión temporal de los síntomas, como de hecho lo es en otras personas, les provoca un refuerzo momentáneo de su padecer; empeoran en el curso del tratamiento, en vez de mejorar. Presentan la llamada reacción terapéutica negativa.”
Este empeoramiento ‘momentáneo’, ¿es una defensa? ¿Es una descarga pulsional? ¿Ambas? Mejorar o curarse es vivido como un peligro. Mas… ¿En qué consiste ese peligro? ¿Por qué el paciente se defiende del analista y/o de sus intervenciones? ¿Por qué no puede permitirle ‘entrar’ en su mundo interno? ¿Qué tipo de transferencia ha surgido entre paciente y analista? ¿Es esto un lazo?
‘Lazo’ es un concepto amplio que generalmente se asocia con diferentes formas de conexión entre los seres humanos.
¿Cómo pensar este término en relación a la RTN? Es posible hallar una pista a partir de considerar la transferencia-contratransferencia. La transferencia como lazo amistoso, positivo y también como hostil, negativo.
Las palabras del analista permiten unir, ligar, tramitar lo pulsional, y, en tanto llevan a la posibilidad de cambio, en algunos pacientes devienen peligrosas, pues podrían desarmar su organización yoica precariamente construida. Así, a modo de defensa, queda obstaculizada la acción del análisis.
Los pacientes con predominio de características narcisistas utilizan mecanismos que también se encuentran en la RTN: manía de grandeza, omnipotencia de las ideas e idealización.
En ellos, la resistencia resulta invencible: carecen de capacidad de transferencia o sólo la poseen en grado insignificante. Rechazan las intervenciones del analista a veces con hostilidad y otras con indiferencia.
Más allá de la inaccesibilidad narcisista, la actitud negativa frente al médico y el aferramiento a la ganancia de la enfermedad, la necesidad de mantenerse enfermo es un obstáculo poderoso que halla satisfacción en la enfermedad y se niega a renunciar al castigo del padecer. Es la resistencia del superyó que devino sádico y cruel; de allí se infiere el sentimiento de culpa inconciente o necesidad de castigo, que surge de la tensión entre el yo y la conciencia moral.
El superyó debe su posición respecto del yo a la identificación inicial con los padres de la filogenia, cuando el yo todavía era débil, endeble, dependiente -yo ideal-, y como heredero del complejo de Edipo - ideal del yo -. Hunde sus raíces en el ello y de este modo porta sus contenidos y obtiene la energía para sus investiduras.
Podría pensarse la dificultad en el trabajo con la RTN por la confluencia de estas dos fuentes -superyó y ello-. Lo no representado se manifiesta en un acto: ‘empeorar momentáneamente’. En la escena transferencial-contratransferencial paciente y analista actúan personajes; son ‘tomados’ por los influjos pulsionales no enlazados -o con enlaces precarios- con representaciones. Se impone así la repetición de la tragedia edípica- descarga pulsional proveniente del Ello-, donde el paciente-hijo se rebela, se subleva, y cargado de odio y destructividad mata al analista-padre, dejándolo impotente, castrado, aburrido, aletargado, sin posibilidades de analizar. En ese momento, es juzgado por su superyó feroz y sentenciado, por ser culpable, al padecimiento como castigo. El paciente no se siente culpable, sino enfermo. El lazo terapéutico queda bajo amenaza.
El asesinato del padre de la horda llega a todos nosotros por los contenidos del ello, la herencia arcaica, lo filogenético, que se expresa en el fenómeno estudiado.
También el masoquismo moral queda ligado a esta manifestación. Lo que importa es padecer, no quién provoca el padecimiento. Se afloja el vínculo con la sexualidad en esta forma de masoquismo.
Se entiende la necesidad de castigo como resultado de la desmezcla pulsional entre Eros y la pulsión de destrucción. En el caso de la RTN, ¿cabe suponer un incremento de hostilidad que no pudo ser neutralizado por la pulsión de vida?
La destructividad resulta acrecentada por la vuelta de la agresión dirigida hacia afuera y sofocada, que regresa al yo por medio del sadismo del superyó.
Nos dice Freud en El malestar en la cultura (1930) que la agresión es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano, retoño y principal subrogado de la pulsión de muerte que está junto al Eros desde el comienzo de la vida.
Por otro lado, en Esquema del Psicoanálisis (1940 [1938]) conjetura que “lo vivo advino más tarde que lo inerte y se generó de esto”, por lo tanto, la pulsión de muerte, muda, aspira a retornar a ese estado anterior a la vida siguiendo la tendencia conservadora de las pulsiones. La pulsión de vida se expande, logrando unidades cada vez mayores. Pero siempre queda un resto de muerte en el interior del individuo que, podría pensarse, son los restos de los yoes de la filogenia que se expresan a través de la compulsión de repetición, resistencia del ello que, unida a la del superyó, torna más difícil hacer conciente el contenido de una RTN.
Las sucesivas reacciones terapéuticas negativas no analizadas en profundidad pueden derivar en una transferencia negativa que desembocará finalmente en una interrupción del tratamiento.
La pulsión de destrucción es un subrogado de la pulsión de muerte que se hace visible a partir de la agresión dirigida hacia un objeto externo o un objeto interno.
Desde Freud, se entiende por ‘destructividad’ esa pulsión de destrucción vuelta hacia adentro, hacia el propio yo, que retorna por no hallar objeto para su descarga o por ser inhibida por las imposiciones de la cultura al servicio de Eros, y que entra en consonancia con la pulsión de muerte libre en el mismo. Y, por ‘agresión’, cuando esa pulsión de destrucción va hacia el exterior, hacia los objetos.
En esa necesidad de estar enfermo o padecer, evidenciada en el empeoramiento momentáneo que implica el fenómeno de la RTN, se infiere la destructividad.
Si el analista consigue captar eso que se está desplegando en la escena transferencial, y tomando en consideración su contratransferencia -sensaciones, afectos y ocurrencias-, logra entender y poner palabras a lo que está sucediendo allí entre él y su paciente, puede elaborar una intervención -construcción en este caso- con elementos conjeturados, que posibilitaría el ingreso de ese contenido al mundo simbólico, para ser pensado, analizado.
De este modo, la palabra enlaza la pulsión. Liga contenidos no representados permitiendo así, generar representaciones. Eso no representado se presenta como vivencia, como sensación, como acto, como compulsión… Cual ancla que inmoviliza, que detiene el análisis, que imposibilita las asociaciones. En tanto hay representación, estamos en el campo de lo yoico lo que facilita un lazo con un otro -sujeto-, otorgando movilidad libidinal a esos contenidos.