Tiempos de incertidumbres
Propuesta N° 0010
2020-11-10 / 11:00:00

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Presentan: Mirta Goldstein (APA), Diego Andrés Golombek (UBQ y CONICET), José Eduardo Abadi (APA).
Conducción: Eduardo Safdie
Coordinación: Estela Allam



Abstract:

Enrique Pichón-Rivière dijo:

“En tiempos de incertidumbres es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros”.

Recibimos en nuestra casa al reconocido neurocientista para dialogar con dos analistas acerca del impacto de las incertidumbres desde perspectivas ampliadas.

VIDEO DESDE EL MINUTO 28

 

 

 







Texto breve:

Alegato por las incertidumbres, Mirta Goldstein

Yo nunca seré de piedra.

Lloraré cuando haga falta.
Gritaré cuando haga falta.
Reiré cuando haga falta.
Cantaré cuando haga falta
Yo nunca seré de piedra.

(Fragmento de Canto, río, con tus aguas, Rafael Alberti)
 

¿Cuándo hará falta? ¿Cuánto hara falta? Le pregunto a este poema de Rafael Alberti, en el intento de dialogar con el poeta quien supongo me respondería: la incertidumbre es no saber, pero estar listo por si hace falta. Hacer la falta, eso es la castración. ¿Para que estar listo? Para un acto.

Titulé a esta ponencia: Alegato por las incertidumbres, ya que quisiera no patologizar la incertidumbre, tal como se lo ha hecho en los medios a raíz del confinamiento y la pandemia.  Incertidumbre no es angustia. Tampoco la angustia es en sí misma patológica pues su función es despertar al sujeto y convocarlo a la realización de un acto exogámico, pero la angustia convoca y a la vez retrasa ese acto de corte. La angustia es la señal de lo que hace falta por hacer, mientras que el acto revela al sujeto en su posición de castrado porque inscribió su falta.

A diferencia de la angustia, las incertidumbres, convocan a la invención pues demandan imaginar algún futuro a partir de aceptar lo transitorio y finito; justamente aparecen a la consciencia cuando se ha aceptado la muerte y la sexualidad.

El psicótico no puede significar la incertidumbre como posibilidad contingente de potencialidad y realización. Siente angustia catastrófica pues existe en un presente continuo, el presente de su alucinación o delirio. Ante la incerteza de una definición de la sexualidad humana y la incertidumbre de la muerte, recurre al suicidio para sustraerles, a ambos, contingencia y azar.

Los neuróticos, por su parte, atravesados por el axioma de que no hay relación sexual que no sea de incertidumbre, aceptamos la indefinición de lo masculino y femenino, la fragilidad del amor y la inadecuación del deseo a su objeto, que, si bien lanza al sujeto a una vida posible, ésta no será sin angustia, inhibición, síntoma.

Las creencias místicas que prometen la resurrección y la reencarnación como vidas eternas, son otro modo de forcluir las incertidumbres. Y si bien confiamos en las ciencias comprometidas con el principio de razón, la duda, el error y la probabilidad, algunas flaquean y quedan encerradas en protocolos como garantía de seguridad, por ejemplo, cuando los ritualizan ante alguien que pide por una muerte digna para dejar de sufrir.

La banalización de la interacción las pulsiones de vida y de muerte más la naturalización de la sexualidad, terminan instituyendo la universalidad el deseo de hijos o de seguir viviendo. Estas certezas contrarían la ética del deseo y desmienten las incertidumbres que en los análisis intentamos convocar para amenguar el dolor psíquico. Es en los análisis, donde eso que arrojamos fuera, puede volver a ocupar un lugar en la historia del sujeto y hacer la falta.

Pensar la clínica desde un alegato por las incertidumbres y no a la incertidumbre como esencia catastrófica, es para mí uno de los horizontes de un psicoanálisis abierto a la indeterminación, de un psicoanálisis que no se deja cerrar por el enjambre de sentidos que lamentablemente crecen desmedidamente.

Un pensamiento por más científico que se considere, puede guardar algo de creyente y huir de lo indeterminado como huye el obsesivo que, al estar tan seguro de la muerte, imagina que la puede postergar renunciando a su deseo.

Ante el dilema humano de ¿cómo subjetivar la existencia en su condición de finitud? Lacan, primero previene de la muerte melancolizante del deseo, luego se dirige a los católicos y les previene de su agobiante nostalgia del padre supremo. Solo al estudiar a Joyce, quien vaticinó ser leído durante 300 años, propone como final de análisis hacer algo con el nombre propio, tal como Freud transformó el suyo e ingresó en la historia de la cultura y el pensamiento. Claro que no es simplemente transformar el nombre propio, sino hacerlo circular a través de un acto significativo.

Lo indecible e indecidible, carentes de fechas garantizadas por el almanaque, nos brindan un alegato por tiempos aleatorios y singulares, tiempos que pueden melancolizar a unos y llevar a la creación a otros.

¿Cómo medir el tiempo incierto de la creación? Imposible establecer su principio y su fin. La creación transcurre entre dos silencios, tal como la partitura musical. Cualquier metáfora de la vida como un trazado prefijado, sucumbe a la tontería. Por este motivo voy a dialogar con Alessandro Baricco quien en su libro The Game, dice que la era digital retorna al Todo y el Todo deniega la incertidumbre. Spotify, dice, ofrece toda la música, Facebook todos los amigos. El Todo se convierte en la única mercancía significativa y la víctima del todo es el infinito. Textualmente afirma: “Si puedes llegar al fondo del todo, allí el infinito no existe porque no eres capaz de habitarlo.”

Si bien acuerdo con Baricco en que el todismo descarta lo diverso de la existencia humana y sus lazos sociales, pienso que el homo digital encontrará las estrategias por donde volver a conquistar el azar, el infinito, y el no/todo. El homo digital es aún muy joven, yo diría un púber que tiene en su horizonte mucho por andar.

Claro está que documentales como El dilema de las redes nos proponen la certeza de que estamos dominados por fuerzas invisibles cuyo objetivo es el control total. No niego que puede haber en todo eso verdades y mentiras que aún desconocemos, pero también intuyo que hay algo de certeza absoluta en esos planteos que anuncian que nuestros nietos solo serán un ejército de cucarachas a la manera kafkiana. Pienso en mis nietos y tengo esperanza, pienso que esos mensajes apocalípticos desconocen la potencialidad del deseo libertario en los seres hablantes.

Por suerte las incertidumbres convocan a la invención de ficciones que a veces se cumplen, así Julio Verne, vaticinó el submarino y el viaje a la luna.

Para terminar, en los últimos tiempos llamó mi atención la frase: “Hay que aprender a vivir con la incertidumbre”.  Frase tan obvia que me parece absurda. ¿Por qué? Porque el ser hablante consciente de la finitud de la vida, lleva toda una civilización conviviendo con las incertidumbres existenciales. Somos la especie experta en incertidumbres. Eso nos hace seres pensantes y deseantes dispuestos y aptos a las transformaciones. Hay aspectos regresivos, no cabe duda, pero miremos como hemos atravesado la era del fuego, del metal, de la rueda y la imprenta. Si hay incertidumbres y todos los tiempos las tienen, es porque hubieron conquistas y logros que nos condujeron hasta aquí.

En síntesis, el dominio de la naturaleza depende del conocimiento y el conocimiento del descubrimiento y el descubrimiento de la investigación, y la investigación de la curiosidad, pero la curiosidad ¡oh la curiosidad! es para mí la hija más femenina del matrimonio entre el deseo y la pulsión.

El deseo, vehículo de lo incierto como el padre, toca a nuestra puerta con un mensaje paradojal: la vida y la muerte; algunos llaman a eso: el parto. A mi entender, si has elegido vivir, has elegido muerte y sexualidad, únicos destinos que tu nacimiento promete.  El resto será cháchara o palabra plena, depende de cada quien. Entonces, si alguien golpea a tu puerta y te ofrece la felicidad oculta en una lámpara de Aladino, desconfía, no es eso lo que hace la falta.