“Adulticidio”, término que no esta en oposición al de “Filicidio” sino que lo complementa ya que destaca la ausencia de adultos y la letalidad de la misma acentuada en épocas de crisis civilizatoria universal como la que estamos atravesando donde la necesidad de apego y protección reclaman ser escuchadas.
Introducción
Como analistas no podemos desconocer la subjetividad de la época en la que estamos inmersos junto con nuestros pacientes y que nos reclama una interrogación permanente con respecto a nuestra labor profesional y a los mandatos bio-politicos del entorno, del imaginario social instituyente Castoriadis (1997) en el que la sociedad no es la simple sumatoria de individuos o de sus interacciones; sino que es una red cambiante de significados que configura modos de comportamiento y creencias mediante los cuales se conserva como tal.
En la actualidad nos encontramos en la consulta con altísimos niveles de narcisismo, incapacidad de culpa, desborde de la acción erótico-destructiva, casi nula capacidad de reparación, consumo de estupefacientes y en muchos casos desafiante burla ante toda figura de autoridad. Adolescentes e incluso adultos que se comportan como tales muchas veces melancolizados y/o desenfrenados, que reclaman mediante estallidos de furia y conductas autodestructivas un límite, un continente para el terror que los inunda que nunca pudo ser contenido ni nombrado por un “Otro” que lo albergue.
Por otro lado vemos cotidianamente adultos a cargo y/o padres no dispuestos a privarse, a dar lugar a que el niño pueda “anidarse” y el adolescente “separarse” para subjetivarse. A lo que se suma para complejizar aún más el panorama la Pandemia y el confinamiento consecuente que exacerbo las regresiones, el co-lecho, el abuso sexual infantil, la sobreexcitación incestuosa de estar al lado de quienes tienen que separarse en el caso de los adolescentes y el notable incremento de la violencia y el feminicidio.
¿Qué pasa cuando falta la falta? La respuesta y consecuencia parece obvia: los niños y los adolescentes en la sociedad actual ocupan el lugar de objeto de consumo, en muchos casos de desecho, objetos de sujeción pero no sujetos capaces de objeción; en otros casos parecen haber devenido amos de la familia donde toda la dinámica gira a su alrededor mediante la satisfacción inmediata y la anulación del deseo consecuente con la misma.
Nos encontramos con lo que he denominado un “Adulticidio”, término que no esta en oposición al de “Filicidio” sino que lo complementa ya que destaca la ausencia de adultos y la letalidad de la misma acentuada en épocas de crisis civilizatoria universal como la que estamos atravesando donde la necesidad de apego y protección reclaman ser escuchadas.
La pandemia como decía Camus deja al desnudo las “almas” y ese espectáculo suele ser horroroso porque en este caso desenmascara una cuestión muy arcaica que es el maltrato hacia la infancia y sus consecuencias en la adolescencia. La demanda de “niños y adolescentes suficientemente buenos”, que no perturben el frágil equilibrio narcisista de quienes los tienen a su cargo, que los etiquetan y medican en diagnósticos patologizantes en un interjuego cruel entre filicidio y adulticidio. Cuestión ética, cultural, filosófica y económica que da cuenta del maltrato pediátrico y psicológico, y la forma apabullante de la clasificación de los diagnósticos en niños y adolescentes que permanecen aprisionados en el juego destructivo de una parentalidad filicida y adulticida que reflejan los desórdenes de atención pero de los padres, de los adultos y de la sociedad en su totalidad, porque como dice Sartori, sin la presencia de buenas instituciones no hay nada.
Desarrollo
Y así, nos enfrentamos al impacto de los escenarios violentos que circundan una infancia y juventud vulnerables, sensibles por definición en sus búsquedas de ambientes subjetivantes. Incluso adultos confundidos que nos compelen a lidiar con las particulares formas de desamparo, desintegración y errancia que expresan modos diferentes de experimentar la marginación en todas las clases sociales. Donde se acrecienta el peligro que ante la ausencia de una mirada implicada se consolida la hiper-presencia de una mirada vigilante y robotizada que ataca la subjetividad que pasa a estar en el “grupo de riesgo”.
La caída de la eficacia simbólica de la ley paterna y sus derivaciones nos llevan a replantear el mito de Edipo desde otros vértices simbolizantes ya que las palabras perdieron su peso o funcionan como mandatos superyoicos que impelen a gozar, donde no se exige la renuncia a la satisfacción inmediata, sino que se la incentiva, ya que el deber ahora es gozar. En contraposición a lo que dice Lacan: "La verdadera función del padre (…) es fundamentalmente unir (y no poner en oposición) un deseo y la Ley”
Nos encontramos con estados de orfandad psíquica, en los que no se puede dejar de sentir la fragilidad de ese edificio en ruinas que simboliza la parentalidad, donde nos encontramos con adultos distraídos, abstraídos y absortos en la mayoría de los casos que recibimos en consulta. Ponen en evidencia el déficits de la transmisión a través de los vínculos de donación de sentido y amor estructurante, donde los padres y/o adultos a cargo si los hay, muchas veces no están ni presentes, ni ausentes, sino con una presencia que da la impresión extraviada de una ausencia donde no se dejan “Usar” y por el contrario utilizan a sus hijos como si fueran sus propios objetos transicionales.
A lo que se agrega una idealización de la adolescencia donde los déficits parentales también operan en la subjetivación del tiempo produciendo un efecto de falta de corte simbólico, de límites donde muchos adolescentes padecen por estar instalados en una especie de eternidad junto con los adultos, donde pasan a ser los “objetos transicionales” de sus padres.
Ante la carencia de guía y protección de las funciones parentales, ante la declinación de la misma, privados de orden y ley simbólica, tratarán de suplir este déficit en algunos casos en el marco de grupos adolescentes sectarios presididos por un subrogado paterno que hace las veces del proto-padre de la Horda primitiva a quien Freud describiera en Tótem y Tabú y que se posicionan como lo que se ha dado en llamar las nuevas tribalizaciones. Ante la falta de ley, la ley de la calle, ante la ausencia de familia, la familia la mayoría de las veces mafiosa que brinda una ilusión de amparo, seguridad y certidumbre frente a la obsolescencia circundante del “adulticidio” imperante.
El padre ha desertado de su lugar simbólico y con él desaparecieron el legado, la norma, la guía y, dice Recalcatti, la ley de la palabra. Ausente el padre, en nuestra cultura nace el complejo de Telémaco, Ulises deberá sortear todo tipo de peligros y tentaciones, pero lo guía la misma ansia de reencuentro que hace a su hijo salir a buscarlo, pero en contraposición a Ulises, el padre actual es un padre que esta extraviado, pero que no quiere ni le interesa volver.
Conclusiones:
Nos encontramos con niños, adolescentes y adultos en un caos donde reproducen toda la violencia, en una sociedad de "hermanos huérfanos" y que en el caso de los adolescentes, otean el horizonte esperando a un padre que ha desertado de su lugar simbólico, en una sociedad que también cuestiona su eficacia. Porque hay que tener en cuenta de que el padre se puede mantener como garante de la Ley, solamente si el imaginario social instituyente lo considera como tal, declinación que puede observarse en todas las clases sociales.
El filicidio del que hablaba Rascovsky se consuma hoy desde la perspectiva planteada en Adulticidio, donde un padre-hijo-adolescente extraviado, función tercera débil que ha dejado vacío el lugar de quien encarna la «ley de la palabra», está perdido y se niega a volver, por lo que no hay legado posible. Da lugar a la ilusión de que todo es posible, crea la falsa sensación de libertad, con el riesgo de que sin ideales se arrojen a un goce vacío y mortífero donde lo que predomina es el “Just do it” como una de las formas veladas de la privación de la esperanza en lo por-venir del porvenir. “Por falta de interés el futuro ha sido cancelado”*
*graffitti en la Universidad de Berkeley