c. Revisitando la sexuación
Propuesta N° 0003
2020-11-14 / 17:00:00

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Presentan: Juan Eduardo Tesone (APA).



Abstract:

La noción polifacética del cuerpo sexuado en el psiquismo, de identidad sexual y de género, están actualmente en pleno debate y cuestionan las bases de la teoría psicoanalítica que exige sea reformulada, a la luz de las transformaciones subjetivas que se han producido en la sociedad e interrogan al corpus psicoanalítico

 

 

 







Texto breve:

Revisitando la sexuación Juan Eduardo Tesone El psicoanálisis es el producto de una época que reprimió e histerisó la sexualidad, nosotros somos contemporáneos de un tiempo que la exhibe y la potencia. ¿Qué es lo que permanece de las bases sobre las cuales se fundaron nuestras prácticas y nuestras teorías sobre la sexualidad y la identidad sexual? ¿Cómo diferenciar la sexualidad actual de aquella de siempre? ¿Existe una subjetividad contemporánea desde la sexuación actual?

Las cosas serían evidentemente más simples si se pudiera describir la vida sexual a partir de una ineluctable atracción de un sexo por el otro. Lejos estamos de dicha simpleza, la diversidad de elecciones de objeto, la contingencia del objeto, está a la vista para desmitificarlo. Lo que Freud inventa y constituye el meollo de la experiencia analítica, la sexualidad infantil, no es una sexualidad preliminar que se resolvería en la sexualidad genital- y la palabra genital, utilizada para describirla, advierte Jacques André- no es para nada satisfactoria. La sexualidad infantil « no es más que un primer tiempo, el esbozo prematuro; no es una sexualidad inmadura sino una sexualidad otra, nunca « asimilada », siempre extranjera, inquietante y apasionante. La sexualidad genital tiene un objetivo, la infantil es polimorfa: desea sin saber lo que quiere, es la sexualidad sin fin ».

Lo sexual no es el único objeto del análisis, pero es su objeto constante: desde Freud es uno de los dos polos de la vida psíquica. Perdiendo su meta instinctual, la sexualidad humana, es decir la pulsión, se corrió de su objetivo social desde la perspectiva de la reproducción en beneficio del deseo. Por otro lado, las posibilidades de fecundación por fuera de lo sexual introdujeron una gama de posibilidades de reproducción hasta ahora inéditas para la especie. No sólo no se necesita del llamado « otro sexo » para fecundar, ni siquiera se necesita de un otro. La probeta es suficiente. Fecundación asistida, vientres de alquiler, don de esperma o de óvulos que multiplican concepciones, embriones congelados que se pueden reactivar luego de otra generación. La noción de incesto se diluye. Se puede entender que para la sociedad pueda ser una amenaza que cuestiona su principio de organización y que requiera mecanismos de regulación (prohibiciones y obligaciones en el marco de un ordenamiento simbólico).

En nuestro país se erigió en ley jurídica la posibilidad de inscribirse en el registro de las personas y por ende en el documento de identidad, el sexo auto-percibido independientemente del sexo anatómico. La anatomía no es más el destino, el destino se va modelando en función del deseo del género al cual se quiere pertenecer, sin que esto requiera necesariamente un cambio anatómico. Independientemente de las formas que pueda adquirir la sexualidad de las subjetividades actuales, las mismas no garantizan una mayor libertad psíquica.

Por el contrario, una mayor libertad de expresión de la sexualidad genera a la vez espanto y fascinación. «El sexo y el espanto » es precisamente el título de un ensayo de Pascal Quignard. Asociar el sexo al espanto parece tener reminiscencias victorianas, dado que la sexualidad contemporánea parece a-conflictiva, si la comparamos con la victoriana. ¿Y sin embargo, no sería válido pensar que actualmente el sexo produce espanto, y no solo en los detractores de sexualidades disidentes, sino en los mismos militantes de dichas sexualidades? Quizá se exhiba la sexualidad para paliar a la angustia que sigue produciendo la incompletud. El cuerpo sexuado, la sexualidad, no ha dejado de ser disruptiva para el ser humano. Más allá de las modalidades que tengan sus expresiones, la sexualidad humana, es desde el inicio una psicosexualidad y por ende sujeta a conflictos entre las instancias. La sexualidad oscila entre los polos de espanto y fascinación, encontrando en su recorrido todos los matices.

Asistimos en nuestra época a una vasta paleta de subjetividades que expresan la sexualidad de manera muy diferente. Esto no es nuevo. Ni los griegos ni los romanos distinguieron homosexualidad y hetererosexualidad. Solo distinguieron actividad y pasividad desde una perspectiva falocéntrica. Desde Freud aprendimos que actividad es sinónimo de masculinidad y pasividad de feminidad. Pero ¿qué es femenino, qué es masculino? ¿No responde a la idea de un esencialismo femenino opuesto a su par masculino? Leticia Glocer-Fiorini justamente, en su libro «Lo femenino y el pensamiento complejo», cuestiona la binaridad simple entre lo masculino y lo femenino y se interroga sobre la misma. Fuera de los preceptos culturales de lo femenino y lo masculino, ¿qué decimos cuando decimos masculino y femenino más allá de la actividad y pasividad?

Lacan tuvo el mérito de hablar de sexuación y de posiciones masculina o femenina, independientemente del sexo anatómico, pero en su célebre fórmula de la sexuación, da por entendido que ya sabemos lo que corresponde a una u otra posición. Si bien hace la diferencia entre el tener y el ser, diferente para cada sexo, para Lacan, el falo es el símbolo del deseo para los dos sexos. Los intercambios sexuales fueron socialmente reglamentados en Europa como un precepto de la vida familiar desde el renacimiento, impuesta por la religión para preservar la institución familiar. No siempre fue así. En todo caso las motivaciones no siempre fueron las mismas y puede sorprender como se reguló la sexualidad en otras épocas. El casamiento romano era una « societas », una asociación de procreación.

La castidad, era la integralidad de la « casta », es decir de aquellas que portan el embrión, el cual proviene exclusivamente, en el imaginario de los romanos, del esperma. Nada es menos casto que esta forma de castidad. La mujer no se supone que es casta porque es fiel. Para los romanos es casta pues permanece intacta respecto a su linaje. Debe tan sólo permanecer casta en lo que respecta a su procreación. Para los romanos, el placer no tiene porqué ser fiel a un otro, tan sólo se exige para asegurar la fidelidad de la procreación, la certeza de la filiación, la fidelidad a la casta.

La sexualidad actual, en su diversidad, cuestiona al modelo normativo de la pareja heterosexual, es bien sabido. Al mismo tiempo, cuestiona la esencialidad de lo masculino y lo femenino. Ya no es “qué quiere una mujer” tal cual se interrogó Freud, sino quién es una mujer, quién es un hombre…y la oscilación entre una y otra categoría que tiende a borrar las fronteras del género. Esto plantea a la sociedad y al psicoanálisis en particular, nuevos interrogantes.

Freud salió por la tangente al describir la bisexualidad psíquica, constitutiva de cada sujeto. Pero las neo-sexualidades, en las cuales lo masculino y lo femenino no aparecen francamente diferenciadas, el cuestionamiento del binarismo simple, la sexualidad trans, la intersexualidad y el conglomerado de la sexualidad queer que cuestiona la noción de género y de identidad sexual estable, no pueden más ser consideradas como marginales, y si lo fueran, ha sido siempre desde la marginalidad que se cuestiona y hace avanzar a la teoría. Asistimos a una nueva clínica que plantea nuevos interrogantes.

La comunidad psicoanalítica no está al margen de teorizar según los prejuicios de la sociedad. Así como las leyes conllevan un retraso respecto a las costumbres, es posible que las teorías psicoanalíticas, salvo excepciones, conlleven un retraso en su teorización. Freud modificó su teoría cada vez que se confrontó a escollos de la clínica.

Creo que urge revisitar la teoría a partir de las nuevas subjetividades contemporáneas, de una nueva clínica, que cuestionan las nociones de género y de identidad inmanente, donde la sexualidad es considerada no sólo la resultante de una singular alquimia, algo que ya Freud había subrayado, sino también la de una subjetividad cuyas identificaciones son múltiples y oscilantes. Aunque me permito afirmar que la sexualidad que busca un partenaire es en el fondo siempre “heteros”, en el sentido que más allá de la forma de expresar la sexualidad, el partenaire es siempre un otro.