Nosotros y los duelos


Nosotros y los duelos

 

Expositores
Liliana Granel
CPPL-Lima-Perú

Autora
Claudia Tapia
APA

Conductora del TTB

 

Expositores
Liliana Granel
CPPL-Lima-Perú

Autora
Claudia Tapia
APA

Conductora del TTB

 



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Propuesta Nro. 069 / Taller de Trabajos Breves

jueves 09 de noviembre / 15,00

14:00 NY / 13:00 PE, EC / 12:00 MX / 18:00 POR / 19:00 SP, IT

Sala 305/306 (3° piso) / Zoom y Presencial

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Presenta/n: Liliana Granel (SPP-Lima).
Conduce/n: Claudia Tapia



Resumen

¿Cómo se produce el desasimiento del objeto? Pienso, que hay algo del objeto perdido que a veces no es posible de reducir al juego de sustituciones y desplazamientos. Exploro la pregunta: ¿Qué nos queda de los muertos queridos? Destellos de recuerdos, traídos a la memoria por un aroma, sabor, paisaje, música…identificaciones con formas de hablar, caminar, sonreír, actuar…y lo único posible, aunque silenciosamente doloroso, es dejarlos ir con lo propio de uno mismo que, inevitablemente, se va: sus miradas, reflejando un amor perdido, quienes fuimos para ellos y nunca más seremos, lo que recibíamos de esperanza, placer y aquello pendiente que ya nunca será… Se incluirá Viñeta Clínica






Trabajo/Idea completa

Mg. Liliana Granel

 

En estos tiempos de pandemia, con el coronavirus como enemigo invisible que se hace visible a través de la enfermedad y muerte, surgen, aún con más fuerza, sentimientos de incertidumbre, temor y angustia, que son puestos a prueba en el siempre tan inestable equilibrio entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte. El virus que se extiende sin fronteras, en el que al inicio no quisimos creer, nos ha invadido, aparece frente a nuestros ojos y priva de encuentros con la familia, amigos, colegas, ha cambiado nuestra forma de relacionarnos, nuestra orientación de la vida, y trae consigo la desilusión y desesperanza. Ya no nos podemos ubicar en una posición omnipotentey desmentir la muerte. La muerte está ahí, presente, silenciosa y acecha junto a la vida. 

Estas difíciles circunstancias que vivimos, mellevarona pensar en la problemática de los duelos, y el lugar central que han adquirido en nuestros consultorios.

Pensarlos en el medio del caos y el dolor no es fácil.  En la actualidad, cuando la velocidad de la tecnología es tan rápida como el virus, y las prácticas de rituales que funcionaban como soporte social al trabajo de duelo se ven imposibilitados por la pandemia, la elaboración de las pérdidas de seres queridos se hace, aún más difícil y nos encontramos en la clínica con duelos detenidos.

Estamos con el consultorio poblado con sujetos que traen una expresión triste y desolada por la muerte de parientes y amigosde los cuales no se han podido despedir. Las frases que, con gran dolor, recorren las sesiones: “no lo volveré a ver”, “lo perdí de vista para siempre” “desapareció de mi vida” “cerró los ojos para siempre”, expresan las angustias y los sufrimientos frente a las pérdidas, pero, también quiero resaltar el significado visual que adquieren. No se trata sólo de no tener quien nos piense, o de morir en la mente del otro, sino de no poder ver más al otro. (L. Pelento 2010)

Reflexiono que, quizás, es en el espacio de los sueños, donde se puede volver visible algo que el principio de realidad nos muestra invisible. A veces, se dan cita en nuestros sueños algunos de nuestros muertos, para darles, aunque sea por un breve tiempo, una vida que ya no tienen y que buscamos con ansias re-vivir, al volverlos visibles. 

Freud utiliza el término “trabajo” tanto para el proceso del duelo como para el sueño. En el primero hace alusión al intenso trabajo del Yo, para realizar el examen de realidad que anuncia la muerte de la persona, y, en el caso del sueño, explica que se produce una regresión masiva, que activa recuerdos hundidos en el inconsciente, y, a través de la figurabilidad, vuelve presente alguien ausente. (S. Freud 1900)

El sueño funciona como puente entre el dormir y la realidad exterior, así, mientras dura el duelo la existencia del objeto perdido continúa en el interior de la mente y la persona recientemente fallecida puede hacer su aparición en los sueños, y se le otorga vida, aunque sea mientras se duerme. Alargamos su existencia en el sueño.

La palabra “trabajo” también es utilizada en relación al trabajo analítico, porque da cuenta del esfuerzo psíquico por parte del Yo por elaborar contenidos inconscientes en relación a pérdidas, en éste sentido, existe una relación ineludible entre duelo y práctica psicoanalítica. Las sesiones analíticas están pobladas por emociones de dolor por perdidas, soledad y desamor. Allouch (1996) sostiene que toda demanda de análisis tiene que ver con duelos y el proceso analítico con la elaboración de los mismos.

Perder al otro que mirábamos y nos miraba, y nos devolvía con sus ojos, como un espejo, la confirmación de nuestra identidad reactiva sentimientos de desamparo y desvalimiento, propios de la infancia. Sin la mirada del otro hay un vacío siniestro y amenazante. 

La pérdida del otro amado es algo sabido, pero impensable en el territorio del inconsciente, porque es ahí donde impera la no contradicción y donde todos somos mortales e inmortales a la vez. (M. Alizade 1995)

 S. Freud (1915) nos recuerda que en el fondo nadie cree en su propia muerte, o lo que es lo mismo, estamos todos en lo inconsciente convencidos de nuestra propia inmortalidad.

Esta actitud de desconocimiento, re-negación ante la muerte es conmovida con la inmensa proximidad por la pandemia que nos azota. Con la pérdida del ser amado morimos un poco, se van con él nuestras ilusiones, aspiraciones y deseos. Enterramos su cuerpo, con dolor, miedo y abrigamos la esperanza de mantener su recuerdo. 

Los seres humanos acompañamos la muerte con la creación de rituales funerarios. Desde los albores de la humanidad, las concepciones acerca de la inmortalidad buscaron calmar o acallar el dolor que ocasiona la idea de muerte y defienden el narcisismo. Un Yo vulnerable, defenderá con ahínco las fantasías de eternidad.  En este sentido la Pandemia es un duro golpe al deseo inconsciente de omnipotencia e inmortalidad. La muerte que nos rodea y que el principio de realidad nos muestra, no puede desmentir y sostener los deseos narcisistas de eternidad.

Los rituales ofrecen un espacio y tiempo fuera de la rutina para ayudar a tramitar el duelo, estas prácticas son necesarias y posibilitan compartir el dolor, permiten expresar la tristeza y ayudan a la elaboración del duelo. Pero,Durante la pandemia las participaciones en los rituales fúnebres fueron imposibilitados, perdiéndose una oportunidad importante de apoyo al doliente, de acompañarlo en su dolor, en sus sentimientos de pena por la pérdida de un ser querido. 

Los rituales fúnebres apoyan el examen de realidad, porque a través de los mismos se asiste a la muerte de la persona y se comparte con familiares y amigos múltiples sentimientos en relación al difunto, que van desde la culpa, por emociones que cree debió haber sentido y no sintió, o se inculpa por cosas que cree debió haber hecho y no hizo, hasta el dolor por la constatación de la ausencia, pasando por el enojo por la desaparición del objeto amado.  El ritual ofrece la posibilidad que se desplieguen estas expresiones, y como práctica social, es un modo de compartir y de reconocer sentimientos en común. La pandemia imposibilitó los rituales, dificultando el examen de realidad, ya que se recibía la información de la muerte a través de terceros, el desconocimiento de la forma de fallecimiento incrementó el dolor, la culpa y haciendo más difícil el proceso de duelo.

Pero, quiero señalar, que estas prácticas, si bien ayudan, no son la elaboración misma. Un duelo es un largo proceso que lleva tiempo y está marcado por el tipo de vínculo que se tuvo con el objeto perdido. Los sentimientos son múltiples, con emociones a veces paradójicas, entre el dolor por la desaparición y la aceptación que se desencadena a partir del examen de realidad que dictamina que ese objeto de amor no existe más. 

Es un proceso que se recorre como un camino a transitar con momentos de rebelión frente al dolor agudo y profundo hasta llegar a emociones de pena y tristeza donde el recuerdo es posible y la angustia por la ausencia esta matizada. 

S. Freud, en su bello escrito titulado “Duelo y melancolía” (1917) diferencia el duelo “normal” del duelo melancólico. Explica que el duelo es todo un proceso dinámico complejo realizado por el Yo y que consiste en el desprendimiento del objeto perdido. Es a través del examen de realidad que se confirma que el objeto amado no existe más y el proceso correspondiente al duelo es desasir la libido del enlace con el objeto. Una vez realizado el proceso de duelo el Yo queda libre, y es capaz de investir a un objeto nuevo, pues este se ha liberado de su ligamen con el objeto perdido. Esto supone la movilidad libidinal y la contingencia del objeto.

En la melancolía el sujeto se muestra desinteresado por el mundo externo, está invadido por un sentimiento de desconsuelo, desolado, con pérdida de la capacidad de amar, hay una inhibición de la productividad, rebaja de sentimiento de sí, con auto-reproches y auto-denigración.

Freud, en “El proyecto de psicología para neurólogos” (1895) propuso, apoyado en la medicina, que el modelo del dolor es el modelo del dolor corporal, a través de la cualidad placer-displacer. Luego en “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) planteará que al dolor aparece por la pérdida del objeto, la angustia por lo que la pérdida implica y, el duelo, como trabajo elaborativo que realiza el psiquismo ante la pérdida del objeto. 

Así, Freud pasa de la conceptualización del modelo del dolor en el cuerpo, al dolor en el alma, que, luego en “El malestar en la cultura”(1930) denominará sufrimiento.

El duelo, contiene múltiples emociones y es un componente central de la vida, cuyo objetivo es la transformación y permitir el pasaje de la presencia del objeto a la ausencia, y de la ausencia al recuerdo. 

Así, el proceso de duelo es un arduo trabajo psíquico, que se puede complicar cuando el otro es arrancado de nuestra vida, y desaparece de nuestra vista, entonces la pérdida se puede volver tan intolerable que los sentimientos de pena y tristeza se convierten en un olvido imposible, un permanente retorno de lo que debe ser olvidado, el tiempo parece detenido y el sujeto es preso de su propio sufrimiento.

 

 

Viñeta Clínica:

A inicios de la Pandemia recibo, en forma virtual, a una paciente que me relata con mucho dolor y desconcierto la muerte de su hermana, 2 años mayor que ella.

La paciente, a quien llamaré Patricia, tenía 22 años al momento de la consulta, y proviene de una familia que vive en una provincia en el norte de Perú. Se había mudado con su hermana a Lima para estudiar en una Universidad.

En la sesión llora desconsoladamente, dice: “ de un día para otro mi hermana se sintió mal, resfriada, con tos, fuimos a la clínica la internaron, la tuvieron que entubar…no la volví a ver más…me informaron unos días después que había muerto…tuve que hacer todos los trámiteslegales por su fallecimiento, me ayudó una tía que vive aquí…fue terrible…yo le tuve que decir a mis padres de la muerte de mi hermana…No hubo funeral…como si hubiera desaparecido…Mis 

padres no pudieron viajar por la estricta cuarentena que atravesamos en el país al momento del fallecimiento”.

En las sesiones siguientes, Patricia, pasaba de la negación: “no lo puedo creer”, “lo sé, pero es muy difícil…no lo creo…pienso que en cualquier momento puede entrar al departamento” … a auto inculparse “debí haber sido yo…debí haber muerto yo…yo soy la que salgo, no me cuido…quizás yo la contagié…, le causé la muerte…”

Trabajamos juntas lo difícil de la aceptación de una muerte tan súbita, de duelarla, con la connotación de desaparición, de no verla más…Al mismo tiempo que ambas éramos partícipes de muertes alrededor nuestro, y, por lo tanto, de los miedos que nos invadían a las dos. Esto hizo el trabajo de duelo aún más difícil. Sabíamos que compartíamos las mismas incertidumbres y que los temores acerca del contagio, la enfermedad y muerte estaban presentes.

En las sesiones me fue relatando el vínculo con su hermana. Decía: peleábamos mucho…es que yo siempre fui rebelde, hacía lo que quería, desobediente, indisciplinada, salía a fiestas, aun cuando mis padres no me lo permitían…me escapaba…Mi hermana, en cambio, era la buena, cautelosa, cuidadosa, seguía todas las reglas impuestas en mi casa…mi padre la adoraba, tenía una predilección por ella, era la “niña de sus ojos”. Las sesiones terminaban en autoreproches “debí haber sido yo”.

Cuando fue permitido viajar, Patricia regresa a su ciudad natal, se reúne con sus padres e inmediatamente noto un cambio, una gran seriedad invade las sesiones y ayudar a los padres se volvió en su obsesión. También observé un cambio en su forma de vestir y curiosamente le pregunto acerca de su vestimenta…me comenta que está usando la ropa de su hermana…dice: “somos del mismo talle…me queda bien”. Entendí, que se “vestía de su hermana” y ahora ella complacía a sus padres, reviviéndola fantasmaticamente, al mismo tiempo que en su interior le ofrecía una especie de altar perpetuando el duelo. 

Pienso, que Patricia, se identificó con su hermana muerta, y la revivió transformándose en ella, por el temor que los padres no puedan tolerar los intensos sentimientos de dolor y que, si entraban en el clima emocional del duelo, no puedan salir del mismo y nunca más sientan alegría. Miedo a que sus padres y ella sucumban al dolor. 

Trabajamos intensamente sobre la ausencia, la pérdida y el duelo, así como también, el vínculo de ella con su hermana y, la relación que ella fantaseaba que creía que sus padres tenían con su hermana fallecida. Pensamos juntas en los recuerdos de un vínculo de hermanas, amoroso, pero, también, inevitablemente, ambivalente. Ambivalencia que hacía más difícil el proceso de elaboración de la pérdida. De ahí, los constantes auto reproches y auto acusaciones, con recuerdos y expectativas ideales ligadas al objeto perdido. 

Pienso, que la ambivalencia de sentimientos amorosos y hostiles están presentes en todos los vínculos significativos, con lo cual la idea de un desligamiento del objeto perdido sin conflicto es un Ideal y desconoce las dificultades de todo éste proceso, vivenciado tanto con sentimientos agresivos y de dolor, así como también de amor en relación al objeto perdido. 

Patricia en su proceso de análisis, y en el transcurso del mismo, aun estando en la casa de sus padres, desarrolla un síntoma psicosomático persistente: un zumbidoen el oído derecho, que le perturba, y no la deja dormir y seguir son sus actividades. La consulta con diferentes médicos se hizo frecuente, virtual y presencialmente, con el consecuente temor, sentido en mí, de un posible contagio. No se encontraban las causas de esta alteración en su oído.

Desde el primer momento que Patricia trae el síntoma, recordé la concepción del “objeto muerto-vivo” de Willy Barnger y las ideas de Fideas Cesio acerca del “objeto aletargado”, estas teorizaciones tienen su origen en las ideas de M. Klein acerca de los objetos interiorizados.

Me preguntaba si el zumbido en el oído de Patricia estaba asociado a un objeto que no puede ni vivir-ni morir del todo.

W. Baranger nos recuerda que el objeto moribundo circula al interior de la mente y “el sujeto es “habitado” por un objeto interno casi muerto. Y la persecución que éste ejerce reside en sus exigencias para con el sujeto.” (pag. 219). 

Entendí que vestirse como la hermana, actuar como ella y el síntoma psicosomático del zumbido en el oído constituían formas de darle vida a lo muerto, y al mismo tiempo estar esclavizada y perseguida por su recuerdo. En este sentido, no era un recuerdo nostálgico que reconforta con la paz de las memorias de las experiencias compartidas, sino era perseguidor, castigador deteniendo nuevos proyectos en su vida.

La idea del muerto-vivo de W. Baranger es que, le otorga al objeto muerto el carácter de presencia, que acusa y reprocha, que desde el interior de la mente sigue teniendo una vida propia.

En el proceso de análisis, Patricia pasó del intento desesperado por darle vida a su hermana, a aceptar su muerte, y tomar conciencia de los efectos de la pérdida, en ella y su grupo familiar, para poder apropiarse de su propia vida. 

Recordé las ideas de M. Alizade quien reflexionaba que “Elaborar la muerte no implica meramente derivar el exceso de carga y ligar con asociaciones las representaciones y afectos. Implica tomar conciencia y reordenar los sistemas psíquicos de tal manera que se produzca una nueva forma de aprehensión de la realidad” (Alizade, 1995, p 121)

Fuimos pensando que había espacio en su mente para recordarla, ya no tenía que actuarla, traerla a la vida, sino que podía ponerse triste y llorarla, así como también ser capaz de sentir alegría, ponerse contenta por otras cosas que le estaban pasando en la vida.

Exploramos, con dolor, la pregunta: ¿qué nos queda de los muertos queridos? Destellos de recuerdos, traídos a la memoria por un olor, sabor, paisaje…como la magdalena de Proust “En Búsqueda del tiempo perdido”, identificaciones con formas de hablar, caminar, actuar…y lo único posible, aunque silenciosamente doloroso, es dejarlo ir con lo propio de uno mismo que, inevitablemente, se va: su mirada, reflejando un amor perdido, quienes fuimos para ellos y nunca más seremos, lo que recibíamos de esperanza, placer y aquello pendiente, que ya nunca será…

 

 

 

 

 

 

 

Reflexiones finales:

 

El duelo es un proceso lento y penoso que consiste en transformar el dolor de la ausencia de no ver al amado nunca más en la posibilidad de evocarlo como recuerdo. Este es un trabajo que no se realiza de una vez para siempre, va y viene, avanza y se detiene, en un constante movimiento, en un círculo infinito, entre ausencia y recuerdo, entre memoria y olvido. 

Renegar del duelo es quedar apresado en la imposibilidad de olvidar, como “Funes, el memorioso”, cuento de Borges, cuyo personaje está agobiado por un pasado que no es posible conservarlo a distancia de la conciencia, y no puede entrar en el universo metafórico de representaciones, de imágenes que dan cuenta de un pasado, está entrampado en un permanente presente.

El testigo de la pérdida será siempre el recuerdo, que hundido en el interior de la mente sobrevive y espera su oportunidad para presentarse en la conciencia, a través de los sueños, de las fantasías, que como destellos de imágenes evocan experiencias y vivencias compartidas con toda su fuerza. Así, el recuerdo y el olvido no son estáticos sino aparecen y desaparecen en el devenir de la vida.

En el duelo cuando el otro es arrancado de nuestra vista/vida genera un sentimiento ominoso, de extrañeza, la vida ya no es la misma. ¿Cómo se produce el desasimiento del objeto? Pienso, que hay algo del objeto perdido que a veces no es posible de reducir al juego de sustituciones y desplazamientos. En este sentido, hay duelos sin fin?…donde la pérdida es irremediable e insustituible y que no constituyen un duelo patológico?. Objetos perdidos e inmóviles por siempre, como las esculturas en piedra que a través del tiempo se mantienen eternas, ocupando un lugar en la mente: duelos por la muerte de los padres, por la casa de la infancia, por los lugares nunca posibles de recorrer, por lo que no se pudo ser, por la muerte de un ser amado.

En 1929 Freud le escribe a Binswanger acerca de la muerte de su hija Sofía: “Sabemos que el duelo agudo por una muerte semejante se terminará, pero que permaneceremos inconsolables y nunca encontraremos un sustituto. A decir verdad, está bien que sea así, es la única forma que tenemos de perpetuar un amor al que no deseamos renunciar” (F. Cerejido pp 617).

El tema del duelo, es emocionalmente intenso, pero la posibilidad de pensarlo para elaborarlo, hace posible la apropiación de la historia, única e irrepetible de cada uno, con la esperanza en la vida, sabiendo que lo que es hoy, no siempre fue, no siempre será…

 

 

 

Mg. Liliana Granel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

 

 

Alizade, M (1995) Clínica con la muerte. Buenos Aires. Amorrortu Editores.

Baranger, (1962) El muerto- vivo: estructura de los objetos en el duelo y los estados depresivos. Lombardi. Buenos Aires.

Blanck-Cerejido, F. (2004) Duelo, melancolía y contingencia del objeto.En Revista de psicoanálisis. APA. LXVII. N 4 (2010)

Borges, J. L (1944) Funes el memorioso, Ficciones. O.B. Barcelona. Emecé (1996)

Freud, S. (1895) Proyecto de psicología para neurólogos. O.C. Tomo I. Amorrortu. Ed (1995)

Freud, S. (1900) Interpretación de los sueños. O.C. Tomo V. Amorrortu Ed. (1995)

Freud, S. (1916) Nosotros y la muerte.Conferencia pronunciada ante los miembros de B´nai B´rith de Viena. En Revista de psicoanálisis. APA. LXVII N4 (2010)

Freud, S. (1917) Duelo y melancolía. O.C. Tomo XIV. Amorrortu Ed. (1995)

Freud, S. (1930) El malestar en la cultura. O.C. Tomo XXI. Amorrortu Ed. (1995)

Machuca, P. A. (2011) El (des) encuentro de los tiempos.EnRevista de psicoanálisis. APA. LXVIII N2. Buenos Aires

Heker, L. (2003) Entrevista a María Lucila Pelento. En Revista de Psicoanálisis. APA. LVIII. N3 

Pelento, María Lucila (2010) Perder de vista, perderse de vista. En Revista de psicoanálisis. APA. LXVII. N4 Buenos Aires.




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