Ideologías ideales: de las manifestaciones intrapsíquicas a las sociales


Ideologías ideales: de las manifestaciones intrapsíquicas a las sociales

 

Expositores
Telma Barros Cavalcanti

Autora
Silvia Leguizamón
APA-Italia

Autora
Valeria Saks
APA

Conductora del TTB

 

Expositores
Telma Barros Cavalcanti

Autora
Silvia Leguizamón
APA-Italia

Autora
Valeria Saks
APA

Conductora del TTB

 



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Propuesta Nro. 040 / Taller de Trabajos Breves

martes 07 de noviembre / 19,00

18:00 NY / 17:00 PE, EC / 16:00 MX / 22:00 POR / 23:00 SP, IT

Sala 305/306 (3° piso) / Zoom y Presencial

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Presenta/n: Silvia Elena Leguizamón (APA), Telma Barros Cavalcanti (SBPRJ).
Conduce/n: Valeria Saks



Resumen

Las autoras hacen una introducción clínica que introduce un caso clínico les permite reflexionar sobre los temas teóricos y técnicos propuestos a lo largo del tratamiento de la madre de un niño de cuatro años, quien debe tolerar un diagnóstico de género que no le permitió su propio desarrollo psíquico, dejándolo fuera de su realidad psíquica interna. El análisis de la madre abre dentro del ámbito familiar un espacio para que el hijo exprese su sufrimiento psíquico en el vínculo con sus padres, más allá de una necesidad social, una moda que nombra el sufrimiento con etiquetas de resistencia tranquilizadoras.






Trabajo/Idea completa

Comenzaremos con Freud, quien en "Psicología de grupo y análisis del yo" (1920), nos cuenta cómo la idealización del objeto implica en que medida el individuo lo trata como a su propio yo, un sujeto que aspira a la perfección, perfección que el individuo no encuentra en sí mismo, por lo cual la busca través del objeto amado. Esto implica una gran pérdida de libido objetal y narcisista, una hemorragia libidinal, como propone el propio Freud. Al igual que en la hipnosis, lleva a la parálisis ante una relación entre una persona con gran poder y una impotente. Surge así una masa en la que la individualidad y el pensamiento crítico se pierden frente a la realidad, víctima de la idealización. 

 

Para aproximarnos a lo social podemos introducir la idea de “grupo interno” de Marcos Bernard (1992), que se basa en las ideas de Freud (1905) sobre la sexualidad infantil, Laplanche y Pontalis (1964) sobre las fantasías originales y Kaës (1976) sobre la representación psíquica del grupo.  

 

Bernard nos dice: 

 

“Lo he esquematizado de este modo porque me interesa destacar el espacio en blanco, en donde habitan el narcisismo y la indiferenciación, las brechas en el contorno del Self, ya que marcará de una manera decisiva, no sólo el psiquismo del sujeto, sino la organización que éste imponga a sus vínculos futuros. Allí donde el sujeto no ha completado su discriminación, permanece un núcleo de identidad de percepción, y el psiquismo debe ser apuntalado en el vínculo” (p. 7).

 

(Dos conjuntos superpuestos, uno madre, el  otro niño, y un área gris de intersección que es el vacío de la indiferenciación, yo-no yo)

 

Entendemos que este núcleo indiscriminado, el área del yo-no yo, alimenta el sentimiento de pertenencia al grupo, a la institución, cultura o sociedad, base de las alianzas inconscientes estructurantes o alienantes, de los pactos denegativos, entre aceptación e imposición, entre ideal y narcisismo.

 

Serán los grupos internos los que darán a cada uno la experiencia personal para usarla en la constitución de los nuevos grupos. Luego Bernard propone pensar en los organizadores de grupo en cada individuo y en los organizadores del vínculo.

 

Los organizadores intrapsíquicos son la imagen del cuerpo, las fantasías originales (fantasía de fusión (intrauterina), escena primaria, seducción y castración), los complejos familiares, las imagos y la representación del aparato psíquico del sujeto. Entre los organizadores intrapsíquicos y socioculturales sitúa el Espacio Transicional (Winnicott), una zona gris de simbiosis que persiste en el individuo y que le otorga un sentido de pertenencia. Los organizadores socioculturales son: mitos, ritos, ideologías, concepciones del universo y doctrinas filosóficas.

 

La transmisión transgeneracional de lo sociocultural en el crecimiento se produce con la madre como portavoz de la cultura (Aulagnier, 1975), como portadora de un esquema relacional que permite al sujeto aprender una forma de intercambio que conducirá a una remodelación continua de los vínculos, determinados por Alianzas Inconscientes, pero también pactos denegativos.
Volviendo a la pérdida de ideales, la caída de la autoridad o evaporación del nombre del padre (Lacan, 1969) nos propone una discusión sobre los cambios sociales que cada momento histórico que afectan tanto pacientes, como analistas e instituciones psicoanalíticas y en general. Esto también nos permite considerar el lugar del analista en la transferencia frente a la crisis de autoridad, como una figura que ya no es depositaria de una autoridad natural desde hace ya algunas décadas. Por lo tanto, podemos repensar la situación técnica dentro de la sesión, cómo sostener la transferencia parental frente a una autoridad debilitada por el contexto social.

 

¿Cómo podemos aceptar tal transferencia parental posmoderna en el trabajo en sesión? ¿Cómo recuperar la transferencia parental desde la función analítica? es decir, cómo triangular en la sesión a través de la enunciación del proceso analítico con el paciente, haciendo presente el método (no el del analista) desde su función analítica a partir de sus propios esquemas teóricos de referencia (Baranger, 1962).

 

Esto mete en crisis las figuras de autoridad como un hecho, visible como transferencia parental, inherente a la falta de padres con valores y principios disponibles para sustentar la identidad de sus hijos. El analista se encuentra inmerso en un escenario donde los roles familiares se confunden, ya no goza de la posición de respeto natural por su papel de especialista en la materia, pero también tiene que afrontar la falta de transferencia parental. Por lo tanto, utiliza el método y le da al Psicoanálisis el lugar de la autoridad. El método necesita ciertas reglas "la regla fundamental" que permita el trabajo, un contrato, un entorno, la neutralidad y la abstinencia. Reglas y organización a partir de un esquema de triangulación, que reubican a los personajes en la escena edípica faltante que nos trae el paciente. El analista se ofrece como un objeto nuevo, pero desde el sustento de su función, que le da método a través de la propuesta de cura. Las figuras de autoridad se restablecen ahora mediante la construcción de un escenario que se basa en una transferencia idealizada, que da apoyo a ambos en el proceso analítico.
Para lograr nuestro objetivo como analistas, creemos que podemos trabajar desde nuestra función analítica y de escucha que sostenga la neutralidad necesaria, que nos permita tolerar lo que las crisis sociales nos imponen a todos (“Mundos superpuestos”, Puget y Wender, [1982]) sin adherir y sin luchar contra ellos, como material y no como noticias, para evitar que se conviertan en una imposición o, por el contrario, en una resistencia. La resistencia, en algunos casos, se convierte en la voz de las instituciones como ideología, la burocratización como forma de protección de sus miembros, y el rechazo a los cambios que el paso del tiempo, inevitablemente, nos propone.

 

Un ejemplo clínico para la discusión

 


Una seora de 35 años pide una consulta para su madre, quien no se presenta. Después pide un turno para ella. La paciente se presenta como una persona feliz con su profesión, su matrimonio y sus 2 hijos. Sus quejas giraban en torno a la injerencia y manipulación de su madre en su vida y sobre su hermana que todavía vivía con la madre a pesar de su edad. 
Luego de un año de análisis logra poner límites a la relación con la madre y se llega a vivir con ella a la hermana. A partir de esto, las angustias empiezan a centrarse en el hijo mayor. Relata como el niño de 6 años le parecer raro, regresivo, inseguro y resistente a lo nuevo, sean alimentos, actividades, etc. Él había sido diagnosticado a los 3 años como transexual por un psiquiatra, y estaba en terapia comportamental desde hacia 4 años. 

 

La paciente pasaba gran parte de la sesión contando su preocupación por el hijo, lo hacía hablando en tono bajo como si contara un secreto. 

 

El niño era muy apegado a la madre, en cambio, la relación con el padre era distante. Mientras hablaba del hijo ella revelaba la historia de una familia matriarcal sin presencia masculina. El incremento de sus angustias llevó al sondeo de la posibilidad de una evaluación del niño por una analista. 

 

Así comenzaron los cambios. El niño logró comunicar hechos importantes como el colecho desde el nacimiento. Para la paciente era común pues contó que hasta su matrimonio durmió con su madre. El niño dijo “duermo con mi mamá y es muy placentero, meto mis piernas entre las de ella y siento que somos una sola persona". 

 

Las revelaciones del niño en análisis sirvieron para abrir en la familia la caja de Pandora. Muchos cambios fueron construidos con aceptación y entusiasmo. La pareja volvió a dormir junta, el niño superó la dificultad de dormir en su cama y por orientación de la analista del niño, se produjo un proceso de acercamiento del padre, o sea, de lo masculino. 

 

A su vez, la paciente pudo elaborar la separación del hijo y se presentó aliviada y contenta. Favoreció mucho el acercamiento entre el niño y el padre, este dijo que no tener modelos de padre pero invistió en esta construcción. Así ella pudo usar su análisis para tratar de sus propios problemas, deseos, planes, la vida social, matrimonial, sexual y familiar. 

 

El niño produjo un desarrollo emocional, social, relacional y un cambio con respecto a su alimentación, seguridad etc. Decidió cortarse el pelo corto, donar las muñecas y interesarse por actividades deportivas, juegos, etc. 

 

El resto lo dejamos para la discusión sobre las influencias culturales en el desarrollo temprano de los niños.

 




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