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Propuesta Nro. 051 / Conversaciones clínicas
Adolescencia de los hijos ¿nuevas posiciones parentales?
“No se conoce tan bien al adolescente como al niño”.
(Dolto 2008 pag.17)
Con esta frase Dolto comienza el primer capítulo de su libro ¨La causa de los Adolescentes¨, y nos atrevemos a parafrasearla diciendo que no se conoce tan bien a los padres de los adolescentes como a los del niño.
A través de nuestra experiencia clínica con adolescentes fuimos percibiendo que los cambios y las turbulencias propias de esta etapa se propagan y afectan a los espacios que habitan y a quienes los rodean, alterando especialmente el equilibrio familiar alcanzado.
Notamos que los cambios producidos durante la pubertad en el cuerpo, los nuevos olores, la posibilidad de procreación e inicio de actividad sexual, genera en muchas madres y/o padres sentimientos desconocidos hasta el momento, celos, envidia, temores, competencia, entre otros. Escuchamos padres/madres desamparados frente al adolescente, a su crecimiento, y al desconocimiento de los cambios que implica esta etapa. Conocer al nuevo ser en el que se va transformando su hijo/a implica un verdadero trabajo
A partir del material clínico que presentamos nos preguntamos si el proceso adolescente produce un impacto en los psiquismos de los padres reeditando su propia adolescencia.
Nadia de 45 años, solicita tratamientos individuales para ella y sus hijas Ana de 18 y Mora de 16 años, a partir de un ataque de pánico vivido por Ana. Una escena familiar que inaugura preguntas y pone en relieve que “algo les pasa”.
Tres mujeres que conviven en un pequeño departamento y deben turnarse para el uso del espacio durante las sesiones y en la convivencia. Cuando una tiene sesión las otras dos deben recluirse en la habitación , en el baño, o salir del departamento.
Espacio que también toma relevancia desde lo analitico en la posibilidad de desarticular esa intimidad pegoteada que deja poco lugar para la exogamia de las hijas y para la vida adulta de la madre. Intimidad que está interpelada entre ellas y por nosotras también.
Lo vertiginoso y lo imprevisible de la adolescencia de las hijas, convocan e interpelan a la madre en su rol de adulta.
Los padres de las adolescentes están separados desde hace varios años. El padre está ausente en la cotidianeidad, aportando económicamente de manera limitada, y no representa un modelo de guía y contención al inicio de los tratamientos. Pensar en la etapa adolescente implica considerar el cambio psíquico que se produce ante las exigencias pulsionales como así también la búsqueda por la identidad . Y que tanto Ana como Mora manifiestan dificultades en este punto, lo que motivó la solicitud de tratamiento.
Freud plantea en “La novela familiar del neurótico” que lo central en el proceso adolescente es el desasimiento de la autoridad de los padres, lo que se vivencia en general como un proceso doloroso, pero necesario para lograr un crecimiento y encontrar la autonomía. Proceso que puede generar sentimientos de desamparo y que atraviesan también a los padres.
Durante las sesiones fueron apareciendo en cada una síntomas que podríamos entender como manifestaciones dolorosas de separación. De alguna manera las hijas proyectaron en la madre esta operatoria movilizando ansiedades persecutorias de abandono materno.
Ana sufrió ataques de pánico ante la imposibilidad de realizar el viaje de egresados. Luego de una “crisis”, un desborde emocional y conductual sin precedentes en la vida de la adolescente, puede sentarse a conversar con el padre y reprocharle el “no pago” del viaje a Bariloche y las necesidades económicas que atraviesan (y atravesaron) producto de su falta de compromiso. A través de su trabajo en el espacio analítico, la joven ya no delega esta situación a desavenencias de la pareja parental sino que puede hacerse lugar, confrontar a su padre, desalienándose de la madre y haciendo un reclamo propio, que la implica.
Mora trata de colaborar en la vida familiar con su mamá y su hermana, de no llevar más preocupaciones. Se hace invisible para sí misma y para los demás como una forma de proteger su vínculo materno. Es solitaria, introvertida, sus actividades se limitan solo al colegio, sin intereses propios de su edad. Queda sola, no cuestiona, no pregunta, no pide. Queda en el lugar de niña, no pudiendo vivir aún su adolescencia como tal.
En cuanto a la madre, luego de la separación de la pareja, se ha abocado, aunque con dificultades al sostenimiento económico del hogar, mientras carga con su propia historia personal. Nadia dice haber heredado el oficio de su madre y cuenta una historia de abandono por parte del padre, alcohólico. Se interpreta que Nadia se ha identificado a este aspecto del padre, a manera de no perderlo. Identificación de la que ha podido dar cuenta en el trabajo analítico.
Por otro lado, la adolescencia de su hija mayor reaviva proyectos postergados de su temprana juventud, se pregunta por su deseo de estudiar y festeja por primera vez una Navidad por fuera de su familia de origen. Interpretamos que algo de la vivencia de Ana empuja a Nadia a poder desobedecer mandatos familiares, a indagar en sus propios deseos y a animarse a hacer algo diferente de aquello que tomó de sus padres. Creemos que estos procesos se dan en lo actual, donde los adultos como Nadia podrían también apuntalarse narcisisticamente en sus hijos, ya que a pesar de ser parte de generaciones diferentes pueden coincidir en conflictos vitales.
En esta dinámica familiar de tres mujeres, por momentos pareciera que no hubiera un adulto referente ya que las hijas manifiestan el aislamiento de la madre, ante cualquier pequeño roce de la vida cotidiana, se encierra en su cuarto y no les habla por horas o días.
Nos preguntamos: ¿puede Nadia ser la adulta allí?, ¿quien la sostiene para que pueda a su vez sostener y acompañar a sus hijas?
¿Habrá conflictos vitales que van pasando de generación en generación sin poder resolverse?