Propuesta N° 050
Haré un recorrido por diferentes teorizaciones sobre “muerte psíquica”, el "relato de la violencia suprimida en el cuerpo" (Marucco, 2003) y de los dos funcionamientos psíquicos: neurótico y no-neurótico, poniéndolas en juego con los conceptos Claude Smadja (2001) de “paciente ausente” y depresión esencial de Pierre Marty.
La depresión esencial, a mi modo de ver, y siguiendo la idea de operatorio, es fundamentalmente ausencia de pulsionalidad, por lo cual, en su carácter negativo, se positivizaría en la contratransferencia para el analista y en el campo para ambos, analista y paciente. Esa nada ¿no serán áreas de muerte de la pulsión y como resultado de pulsión de muerte ya no en acto? ¿de desvitalización extrema, pérdida pulsional y no sólo silencio de la pulsión?
Marucco nos dice: “me encuentro […] entre aquellos analistas que consideramos la constitución del psiquismo como el efecto de un trauma, producto de una asimetría fundacional entre un otro adulto y el niño que nace", aquello que llega desde el otro no sólo como significante verbal, sino que además transmite algo que contiende en sí mismo un inconsciente sexual; sería un enigmático, parte de lo inconsciente también para la madre que le llega en los primeros intercambios. En la constitución traumática del psiquismo hay algo de la realidad que proviene del otro que equivale a la pulsión de muerte, significantes de-significados, restos de cosas que traducen el “hervidero pulsional” que llevan al individuo a actuar la violencia pulsional en la descarga.
Podemos comenzar desde la falta de trama psíquica, o “muerte psíquica” como el desmantelamiento psíquico, la desmentalización, la pérdida representacional y sobre todo la caída de la identificación primaria, identificación inicial con los progenitores (según se corrige Freud en el pie de página de “Introducción al narcisismo”, 1917) o primaria pasiva de Marucco (1978). Todo ello constituye el núcleo del narcisismo, basado en la constitución psíquica, la de la vivencia de satisfacción. Sin este núcleo esencial para la constitución del yo, que sostiene la capacidad de representar y de representarse podemos pensar un objeto que violenta al psiquismo y se fija en el yo ideal, quedando siempre presente, contaminando la forma de comprender la vida del sujeto. El resultado es la falta de desplazamientos en la dinámica psíquica, el otro que deja como residuo en el aparato psíquico "un agujero en la marcha representacional por donde se va escapando la vida", nos dice Marucco. "La muerte psíquica implica, entonces, quedar atrapado en una compulsión a la repetición por la que la temporalidad tiende a desaparecer". Y agrega siguiendo a Green, "esta temporalidad "asesinada" equivaldría a la "muerte psíquica" producto de este específico trauma sexual". O sea que los mismos objetos que están en los orígenes de la vida psíquica, puede transformarse en intrusivos y avasallantes, y a través de la falta de desplazamiento, producir ese agujero en la malla representacional.
Creo que podemos agregar que en la compulsión a la repetición existe una gama en su aspecto de violencia pulsional, que va desde la nada a la pasión, la nada de la muerte misma de la pulsión, muerte psíquica que deja como residuo un "embrión pulsional" (Marucco, 2007) donde la pulsionalidad no emergió por falta de un "encuentro generador de pulsionalidad", dejando entonces por un lado, la nada como expresión potencial de la falta de pulsión en la forma de depresión esencial (Marty, 1996), y por el otro, la expresión directa de la violencia pulsional que se expresa en el cuerpo y en el acto: acto de suicidio y homicidio o la enfermedad psicosomática. Entonces pensar en la nada sería pensar en la falta o ausencia de pulsión dentro de la pobreza pulsional como fenómeno complejo. Ya que la idea de “nadificación” coincide con la “muerte psíquica”.”
En la patología límite predomina el exceso tanático que invade rumorosamente el aparato, produciendo, predominantemente, los fenómenos “des” (Winnicott[1], 1945; Green, 1974): desintegración, desorganización, desobjetalización y desinvestidura; en cambio, en lo operatorio, mudo, predominan los procesos “no”: no-integración, no-organización, no-objetalización y no-investidura, o sea nadificación. Podemos evocar a Winnicott que nos dice, (1945):
“Podría hablar aquí del temor a la desintegración en contraposición a la simple aceptación de una no integración primaria (…) Desintegrarse significa abandonarse a los impulsos, incontrolados por cuanto actúan por cuenta propia; y además, esto evoca ideas de otros impulsos igualmente incontrolados (en tanto que disociados) dirigidos hacía sí mismo” (pp. 212).
Podemos explicarnos la “no integración” como la simple aceptación natural de la falta, de lo que no existió en el encuentro inicial, procesos “no” que no dejan residuo, por eso hablamos de un déficit pulsional, falla constitutivo extrema propia de la estructuración psíquica operatoria en el más allá del vacío, el objeto no estuvo y no dejó marcas de su ausencia; en contraste con los procesos de “desintegración”, donde se hace presente la acción destructiva de la pulsión de muerte evidenciando una falla que deja grabado a fuego las marcas de su falta.
Creo que como parte de la patología quedan agujeros, residuos de no decodificación, de no transmisión, que devienen en pobreza psíquica manifestándose como áreas de depresión esencial. Esa nada arcaica es parte de la invisibilidad contratransferencial, de la "ausencia" del paciente en la sesión (Smadja, 2001) y del analista para el paciente, repetición de “muerte psíquica por déficit”, ausencia de pulsiones, la parte deficitaria del encuentro que no deja huellas pulsionales en el desencuentro traumático fundante del psiquismo, y que reaparece como no encuentro en la mente del analista.
Podemos también pensar en el masoquismo, que es una erotización de la pulsión de muerte que se fija como estructura psíquica, en cambio en el caso de la enfermedad psicosomática es la pulsión de muerte que se vuelve sobre el cuerpo. En las zonas (virtuales) de ausencia pulsional, se torna evidente la falta de tejido psíquico por la respuesta operatoria del paciente como describe Pierre Marty y sus seguidores, y la depresión esencial que ellos describen como una, también, disminución del “tonus des instincts”. Si pensamos que el aparato psíquico se crea del desencuentro traumático con el otro, la "nada", es el área virtual donde no surgieron las huellas perceptivas, que se traduce en pobreza psíquica, más específicamente en falta de tejido psíquico. .
O sea, no a través de un proceso desobjetalización (Green, 1984) sino por la falta absoluta de procesos psíquicos o somáticos, por un desencuentro, o mejor dicho un no-encuentro que no deja rastros y que se evidencian en los comportamientos sobreadaptativos de los pacientes, como depresión esencial, como respuesta del yo frente a una realidad traumática que no encuentra eco o resonancia en el aparato psíquico que le permita una mínima ligadura o huella de repetición. Creo que la patología psicosomática implica la idea de una pulsionalidad puesta en juego como pulsión de muerte, no así las áreas de la depresión esencial de ese mismo pensamiento operatorio.
Ella se expresa y evidencia sólo como ausencia del paciente para el analista y del analista para el paciente, sentidos como una fuerte sensación contratransferencial de invisibilidad. La impresión que uno tiene delante de ciertos pacientes que parecieran no haber llegado a la sesión, una forma de muerte psíquica que no fue significado y que no nos significa en la relación misma con el paciente, falta de tejido psíquico y de pulsionalidad - de vida como de muerte - este es el punto central de mi teorización: un no creado que nunca existió en el psiquismo, esta es la idea de operatorio que intento desarrollar en el presente trabajo, como base de la depresión esencial.
Pensemos a un caso clínico, Florencia es una joven de 23 años que viene derivada por una colega que la recibe en la guardia debido a un intento de suicidio. Me cuenta que se cortó las venas, no quiero hablar mucho del tema porque se avergüenza pero yo veo solamente una pequeña curación en la muñeca izquierda. Cuando entra se acomoda la tela adhesiva que se le despega. Lo hace con sorpresa y desconcierto.
Trato de no dar importancia al hecho en sí, para pasar a escuchar su historia, ya que la veo tranquila, sin riesgo de un ulterior intento de suicidio. Comienza a contar la historia de su vida, pobre de experiencias, caracterizada por el aburrimiento, donde cada vez que le pregunto qué pensaba o cómo se sentía con respecto a algo que está contando, me responde: “Mm … nunca me puse a pensar, no sé, no tengo idea”. Y me mira tratando de entender que espero yo de ella.
[1] Winnicott, D.: (1945) Desarrollo emocional primitivo. En Escritos de pediatría y psicoanálisis. Editorial Paidós, Buenos Aires, 1999. (pp. 199-214).